jueves, 14 de julio de 2011

"El Manto Blanco" por Nicolás Bronzina.

Nada. No logró ver nada. Luego de posarse un largo rato sobre la pequeña ventana que lo separaba del mundo exterior, decidió sentarse. Hablaba solo. Ya había pasado como tres meses desde que se encontraba allí (en realidad había perdido la noción del tiempo y no tenía la exactitud de los primeros días). Hablaba solo porque sentía la necesidad de hacerlo, ¿quizá por una locura que crecía más y más con los días o para no sentirse solo? El friolento silencio que reinaba allí solía verse cortado por los latidos de su corazón. Por momentos le resultaba agobiante tal encierro que se quedaba una hora pensando en salir de donde se encontraba y, como era de esperar, no sucedía aquello. Trataba de contar cuantos serillos había utilizado para mantener el hogar prendido, ahora apagado, como una manera de mantenerse ocupado y no recordar el sufrimiento que la helada le ocasionaba. Era tal el frio que hacía que ya no sentía los dedos de los pies. Volvió donde la ventana y observó detenidamente. Nada. No logró ver nada. Otro día más que pasaba y solo veía una continua sucesión de copos caer del cielo como pequeños algodones de azúcar. Se hizo de noche. Al otro día se levantó y, como era de costumbre, miró por la ventana hacía el afuera. Había dejado de nevar. “¿Hace cuánto que no paraba? ¿2 años? ¿2 años y medio?” se preguntó. Calzándose las botas, bastón en mano y cargándose de coraje salió. Caminó unos cuantos metros. No había nadie. Siguió caminando y al posar su pié derecho sobre la nieve, sintió como unas garra metálicas abrazaban su pierna y sin más, echó un alarido fuerte y seco. Había caído en una trampa. Dos figuras inmóviles frente a él lo observaban. El más grande le susurró algo al oído del otro. “¿Pero qué les pasa? ¡Ayuda! ¿No ven que estoy atrapado aquí?” repetía hasta cansarse. Los otros, inmóviles, miraban. Llegado un momento, una de las dos figuras sacó de su mochila una especie de cuchillo de carnicero con un estado deplorable, oxidado y con manchas de sangre. Comenzó a caminar hacia él. Se posó a menos de medio metro y de un solo golpe le clavó el cuchillo en la cabeza. Una vez sucedido esto, la otra figura se acercó y no tardó en despedazarlo. Lo único que quedaba del pobre hombre era su pié derecho dentro de la trampa, no dudaron en sacarlo. Cumplida su misión, se retiraron. Pasaron unos minutos y volvió a nevar. Lo que había ocurrido allí se vio olvidado. Un manto blanco poco a poco iba tapando lo que luego, para otro, iba a ser su muerte.

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