Estaba sentado en una de las mesas del fondo. El feca de la tarde y el pucho lo acompañaban en su soledad. Era un domingo a las cinco de la tarde y en la televisión pasaban San Lorenzo-Ferro Carril Oste. El piso, sucio y gastado por el caminar de los mozos, le hacía acordar al del zaguán de la casa donde vivió en su infancia. En las paredes, habían fotos del "Zorzal", de Pugliese, de Manzi, entre otros. En su cabeza resonaba un tango que resumía muy bien su juventud, se acordaba de las matufias que hacía con los amigos para ganarse la vida, de las timbas y de las prostitutas que concurrían a su bulín de la calle Ayacucho. Se pasaba la madrugada tomando y jugando a las cartas, de vez en cuando conseguía un laburito en el Puerto o en algún almacén de la calle San Juan y con lo poco que cobraba podía pagar su pensión a duras penas y, con lo que le sobraba, lo gastaba en minas y alcohol. Le gustaba bailar y cuando tenía una noche libre, que eran la mayoría, no dudaba y se iba de juerga. Tantas cosas que le han pasado y ya con 90 años las recuerda con nostalgia. Está viejo y senil, le cuesta caminar por lo que usa bastón. Vestido con zapatos marrones de cuero, pantalón de vestir, una camisa blanca, sueter gris y saco. En la cabeza utilizaba una boina que era de su padre y sobre su nariz unos anteojos. Pagó el café, se prendió otro pucho y salió del barcito. Dio vuelta la esquina y silbando, cantaba: "Barrio tranquilo de mi ayer, como un triste atardecer, a tu esquina vuelvo viejo...". Al caminar dos cuadras, tomó las llaves de su bolsillo, abrió la puerta de entrada a su casa y dándole un beso a su señora se sentó en un sillón cerrando los ojos para no volverlos a abrir. Se iba para juntarse con los muchachos que lo dejaron hace tiempo y así revivir aquellos buenos momentos una y otra vez.
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