Aquel día José se levantó como todas las mañanas a eso de las 9. Se sentó sobre la cama y refregándose los ojos y con el pelo despeinado tomó impulso para dirigirse al baño. Después de lavarse los dientes y cambiarse bajó a desayunar, lo esperaban unas tostadas y un jugo de naranja. Las comió apresuradamente, acto seguido se tomó el jugo y salió disparado a la puerta de la casa. Una vez fuera lo esperaba Miguel en su bicicleta listo para partir a lo que hoy sería según él “el mejor día de mi vida”. Antes de salir José tocó por segunda vez sus bolsillos buscando la combinación de celular, billetera, llaves y entrada para el recital. Al ver que tenía todo bajo control subió a su patineta y emprendió viaje con Miguel hacia la casa de Fabián que los estaba esperando; iban a ir los tres juntos, los tres mejores amigos de la infancia y del barrio al recital de su banda favorita que tocarían en el Estadio de River. La casa de Fabián quedaba más lejos de los tres, él vive en el barrio de Agronomía, los otros dos en Villa Urquiza. Aunque no quedaba lejos, con la emoción empujándolos por detrás, llegaron en menos de media hora. “¡Dale ‘gordo’! ¡Bajá!” gritaron al unísono. De pronto una cabeza rubia se asomó por una ventana que daba a la calle desde el 2° piso de un edificio; “Ahí bajo muchachos” alcanzó a escuchar Miguel que justo se puso verde el semáforo y pasó un colectivo y varios autos. Tanto José, Miguel y Fabián habían ahorrado unos meses antes del día de la fecha apenas se enteraron que su banda favorita venía a la Argentina a presentar su último disco y tocar, por supuesto, sus canciones viejas y tan conocidas por sus seguidores. Los tres amigos eran amigos de toda la vida ya que sus mamás eran amigas e iban de vacaciones todos juntos desde aquél verano de 1990 a San Bernardo. Resulta que también eran amigos del barrio y concurrían a la misma escuela. Faltaba un poco menos de mediodía todavía para el recital y no aguantaban la hora de estar ahí. Como había que hacer tiempo decidieron dejar la bicicleta y el skate en lo de Fabián el cual una vez en la calle dijo: “¡Uh, que pesados que son! No voy a subir otra vez. Acá les doy la llave y suban ustedes”. Dicho y hecho, subieron, dejaron las cosas y volvieron a bajar. “¿Ahora qué? Todavía falta mucho para que empiece y seguro están cerradas las puertas de acceso” dijo José. “Podemos pasar por el chino y comprar unas cervezas, las tomamos en una plaza cerca de la cancha” respondió Miguel con lo primero que le vino a la cabeza. Y así fue, mientras caminaban por la calle pasaron por un supermercado y compraron tres Quilmes. Se las terminaron tomando a las pocas cuadras, hacía mucho calor, la temperatura rondaba los 30° centígrados dijo el señor del clima en la radio. Los tres vestían pantalones cortos y zapatillas, todos con la remera de su banda. Durante toda la caminata hacia el estadio (ya quedaba menos para que empezara, dos horas más o menos) no paraban de hablar de qué cd era el mejor para cada uno o qué canción le gustaba más a ellos. También qué les parecía u opinaban sobre la ida definitiva del guitarrista de la banda. Los tres chicos ya se iban acercando a la cola, una cola que daba vuelta todo el Estadio más o menos, y se pusieron atrás de la última persona que encontraron ahí. Se sentaron hasta que en un momento, como si fuera una milésima de segundo, la gente empezó a correr para adentro del Estadio. Sí, habían abierto las puertas. “¡Dale Fabián! Apurate que ya abrieron” José iba primero, lo seguía Miguel y unos metros atrás venía Fabián corriendo lo más rápido posible. “¡Entradas en la mano! ¡Entradas en la mano!” gritaban los barrabravas, hoy con el rol de seguridad. Luego del cacheo y el recorte de la entrada el trío ya se encontraba dentro del Estadio. Habían comprado campo y ya pensaron cómo posicionarse. Al principio, atrás de todo, para que con el movimiento de la gente fueran hacia lo más próximo y cerca de la banda. José no lo podía creer, estaba ahí con sus mejores amigos para presenciar lo que más esperaban, en unos minutos comenzaría el recital, su corazón latía a mil por hora. Se apagan las luces del Estadio, se escucha un “¡Uhhhh!” mezclado con silbidos y aplausos de la gente, de golpe se prenden las luces del escenario y suena una guitarra. Empezó el recital. Como había dicho José, hoy es el mejor día de su vida.